Ciudad de México – Las migraciones no suceden únicamente de los países menos desarrollados hacia los demás, ocurren también en sentido contrario. Nos lo cuenta Anna Langheinrich, una antropóloga social alemana de 36 años que vive en México. Trabaja con organizaciones de la sociedad civil, comprometida con diversas causas sociales, entre ellas con la lucha contra el cambio climático.

Su historia de arraigo en América Latina comenzó como estudiante de intercambio a Argentina cuando tenía 16 años: “Fue una historia de migración muy privilegiada”, cuenta, que le enganchó porque “fue la primera vez en que tuve un contacto más profundo con otra cultura en el sentido de tener que adaptarme y vivir en otro lugar”.

Volver a Alemania, acabar sus estudios, venir a estudiar en la Universidad de Guadalajara (UdeG) y quedarse a vivir aquí fue lo que siguió para esta mujer que considera a las personas migrantes “gente con ganas de superarse”.

“Son seres humanos que quieren tener una vida digna”, afirma y que, a diferencia de lo que a ella le sucedió, son impulsados por contextos de violencia, impunidad, pobreza, con esa esperanza de tener un proyecto de vida”.

Reconoce que ella misma en México, por el hecho de ser “alemana, mujer blanca, de Europa”, ha tenido privilegios y la historia de mi migración se ve como algo interesante, como un plus”, y que lejos de ser discriminada lo más que le ha sucedido es estar en situaciones en que hubo “choques culturales”.

“Yo nunca he sido la migrante, siempre he sido la extranjera”, asegura, consciente de que viene “de una posición de poder, de privilegio” por su origen.

Anna conoce de cerca la sociedad civil, también organizaciones de mujeres que luchan en defensa del medio ambiente. Desde su trayectoria, nos comparte algunas reflexiones respecto al nexo entre género y cambio climático, el cual ha sido el enfoque desde el cual la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha celebrado el Día Internacional de la Mujer (#8M) con el lema "Cambio climático: un asunto de igualdad de género".

“La lucha por la justicia climática tiene que ser una lucha interseccional y no puede dejar afuera la lucha por la igualdad de género”, sostiene Anna.

Piensa que cualquier desastre relacionado con fenómenos extremos “afecta de forma desproporcionada a las mujeres y las niñas (…) de entornos históricamente discriminados y de las comunidades más pobres”.

Las mujeres y las niñas lo resienten de manera diferenciada por varios factores, entre ellos “por los roles de género tradicionales que se les han asignado desde su nacimiento”, por lo que insta a evitar dejarlas “al margen de las discusiones y negociaciones internacionales, nacionales o incluso locales” porque son líderes clave en el movimiento por la justicia climática y, a menudo, “las primeras en responder a los desastres climáticos”.

“Si dejamos la supervivencia de este planeta solamente en manos de un grupo que representa menos que la mitad de la población mundial, es decir a los hombres, estamos destinados a fracasar. Por eso es importante que las mujeres ocupen puestos de liderazgo con poder de decisión”, asegura.

Su deseo final es que la gente adquiera “una perspectiva de migración mucho más humana”, y tome conciencia de que la migración es algo muy natural en la historia humana, y que no se debe criminalizar. No se detendrá: “¡Que van a migrar, van a migrar! Lo hemos visto con los muros, con las cercas… no se va a detener”.

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