Matamoros (Tamaulipas) – Me encuentro con Juan Luis cuando está en plena faena. Tiene un cliente. Lleva meses cortándoles el pelo a cualquier persona que se acerca al lugar que eligió para poner su negocio en el campamento de #Matamoros. Una mesa a su lado tiene de todo: peine, tijeras, navaja, cuchillas, cremas humectantes…  

En apenas media hora cinco personas llegan a la loma donde está trabajando Juan Luis, cuyo nombre real y nacionalidad se omiten para protegerle pues tiene un caso activo en el Programa de Protocolos de Atención al Migrante (MPP), a ver si les puede arreglar el pelo. Les dice amablemente que más tarde, quiere comer antes con su familia: “Vuelva luego”.

Juan Luis y los suyos son centroamericanos, llevan meses viviendo en el precario campamento de Matamoros, esperando cruzar a Estados Unidos. Una manera de ganar algo de dinero ha sido instalarse bajo una lona y ejercer de peluquero o barbero con quienes necesitan ese servicio. Está orgulloso de poder trabajar. Arregla el pelo o afeita por un módico precio: dos dólares americanos, cuarenta pesos mexicanos.  

Es un modo honesto de ganarse la vida en un campamento plagado de condiciones difíciles. Ahí no está bien vista la usura, es un lugar de carencias: el agua se pone en tinacos, el drenaje no existe, son surcos, la basura la juntan los propios habitantes del campamento cada mañana, las cocinas de leña son la norma...

No es el único empleo que se improvisa a pocos metros del puente Matamoros-Brownsville. Hay vendedores de comida, maestros, gente que recoge leña, que ayuda a montar las tiendas que hemos puesto los de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) hace unos días para poder hacer pruebas COVID-19 y ayudarles a cruzar a Estados Unidos asegurando que cada uno de ellos está sano...

Juan Luis agradece la conversación y la atención que se le brinda a su labor. Valora el poder contar quién es, insiste en que es honrado, trabajador, que no está en México por gusto sino esperanzado en que le otorguen asilo en Estados Unidos. Salir de su país era necesario. Ahora confía en que le permitan cruzar la frontera y tratar de encontrar otra vida, otra manera de ganársela, con un ingreso de más de dos dólares por cada corte de pelo.

 

Texto y fotos: Alberto Cabezas