Mexicali – Pasada la una de la tarde el termómetro marcaba 38 grados, cinco, seis o muchos grados menos que de costumbre en Mexicali durante agosto y septiembre. Al interior de su hogar, Inés empieza a cocinar unas pupusas, platillo típico de El Salvador, hecho con masa de maíz, relleno de chicharrón y carne de cerdo, con frijoles y un curtido de col morada, zanahoria y cebollas.

Mientras lanza con fuerza las pupusas en el comal y las voltea para que no se quemen, ella cuenta cómo su pequeño negocio de pupusas ha ido creciendo poco a poco:

“Inicialmente me llegaban que una o dos órdenes y hasta cinco. Un día me llegó, puedo decir, una bendición porque tuve un pedido de 150 pupusas y las tuve que llevar. Empecé desde las siete, acabé como a las diez de la noche y a esa hora me esperó el señor porque creo que era del otro lado (EE. UU). Él quería que se las fuera hacer. Fui a dejarle dos hieleras, pero yo bien emocionada porque nunca había hecho tantas pupusas. Me dice ‘Hágame un presupuesto’, hice cuentas. Las fui a dejar y yo bien contenta, ya que luego me dio un billete de cien dólares”.

Inés llegó a México hace cuatro años, de los cuales uno y medio ha vivido en Mexicali. Dejó El Salvador y su travesía no fue fácil pues tuvo que ingresar de manera irregular a territorio mexicano, sin la documentación de sus hijas, y fue víctima de extorsión.

Ha conseguido echar a andar su propio negocio, que va posicionándose entre sus vecinos, pero también entre sus paisanos gracias a que ofrece sus productos desde las redes sociales.

Este emprendimiento pudo darse gracias al Programa de Asistencia Transicional de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), que busca satisfacer necesidades de vivienda, alimentación y salud de las personas migrantes y solicitantes de asilo que presentan un grado de vulnerabilidad importante y que se encuentran en la frontera norte de México, tal como ocurrió con Inés, al recibir un monedero electrónico tras un diagnóstico del equipo OIM Mexicali.

El apoyo busca que las personas beneficiarias puedan ser autosuficientes para mejorar su calidad de vida y la de su familia. Propicia que puedan integrarse en las comunidades de acogida donde residen. No obstante, Inés fue más allá: decidió invertir en insumos de cocina para establecer su propio negocio:

“Me ha servido de mucho esto. Sí quisiera levantar un local, porque mi idea era rentar uno que está aquí afuera. Es una inversión, pero ahí vamos poco a poquito y pues sí me ha funcionado, la verdad”.

Uno de sus constantes temores es que sus hijas puedan ser víctimas de violencia sexual y de género; preocupación que comparte con Ana Ruth, una paisana que conoció en un albergue, quien también es madre de una pequeña y que comparte el departamento con Inés.

“Estuvimos en un albergue, pero soy de las personas que no les gusta si hay hombres, pues da pena. Nos salimos y empezamos rentando el cuarto, pero aquí la mayoría son hombres, entonces nos tocaba venir a los baños -de ahí a veces a medianoche- y en eso salió este [cuarto], y dijimos que nos íbamos a juntar… Ella me apoya con su renta, la venta y con mis hijas”.

A pesar de las adversidades, Inés ha encontrado la solidaridad de mucha gente local, como su casero, quien le ha brindado las facilidades para que ella y sus hijas estén seguras:

“Andábamos buscando[casa] por la calle, cuando vimos el rótulo de ‘Se renta’ y llamamos. Nos dijo el señor que sí podíamos entrar así, vio que éramos mujeres y con las niñas, y dijo ‘no hay problema, pásense’. Incluso este refri es de él, pero se arruinó. Nos dijo “les voy a pasar este otro por lo mientras”. Todo lo que se ve aquí es de él, nos rentó el departamento amueblado, y es lo bueno, porque si no, no tendríamos nada”.

Este negocio es más que una fuente de ingresos en la familia de Inés, ha sido la oportunidad de tener más tiempo compartido con sus hijas, mientras les cuida, les enseña y acompaña, al mismo tiempo que ellas aprenden las técnicas de su madre.

Las pupusas que estaba preparando han quedado listas, por lo que Inés empieza a servirlas a sus clientes, mientras mira de reojo a sus pequeñas, y afirma:

“Yo quisiera darle siempre lo mejor a mis hijas, y lo que me gustaría es ser una trabajadora independiente y sostener mi propio negocio. Como si fueras a una pupusería a desayunar, ves que están las mesitas, sus curtidos, sus salsas y todo para recibir a la gente, darle la mejor atención a la gente”.
 

Texto: Juan Manuel Ramírez

Foto: Alejandro Cartagena 

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