“Cuando la miré pensé que tenía cáncer, su cuerpo era extremadamente delgado y su semblante estaba lleno de tristeza. No sabía que había intentado suicidarse tomando 90 pastillas de metformina. La examiné y descubrí que su condición física era resultado del estado de su salud mental, atravesaba por un episodio depresivo grave, estrés postraumático y además su problema de diabetes estaba descompensado y sin tratamiento.. Tuvo que huir de su país porque denunció al hombre que la agredió sexualmente”, cuenta Javier Alonzo, médico psiquiatra de Casa de Acogida Formación y Empoderamiento de la Mujer Migrante y Refugiada (CAFEMIN) al compartir la historia de una paciente.

No hay salud física sin salud mental, es una de las premisas de Alonzo quien hace cinco años dejó Nicaragua para instalarse en México y continuar con su especialidad en psiquiatría infantil y de la adolescencia: “Llegué en 2018 y visité albergues en Hidalgo y Chiapas, atendí a poco más de 150 personas”, nos cuenta. En su recorrido comenzó a familiarizarse con la situación de las personas involucradas en procesos de movilidad y los diferentes estados emocionales que pueden generarse por sus circunstancias de vida en sus países o por lo que experimentan en el tránsito migratorio.

El trabajo de CAFEMIN se enfoca en mujeres, niños, niñas y adolescentes no acompañados, personas refugiadas y migrantes en grupos familiares. Hace dos años, Javier se integró al equipo para realizar un diagnóstico psicosocial para atender de forma integral la salud de las personas.

“CAFEMIN es un oasis en el que las personas migrantes son tratadas con respeto y dignidad. Es fundamental atenderlos, darles su lugar en la vida como personas merecedoras de respeto y dignidad. Cuando se atienden las experiencias traumáticas que han tenido se logra detener el sufrimiento emocional y que las personas recuperen su funcionalidad”, relata en una visita de la OIM.

Esto, de acuerdo con Alonzo, facilita que las personas adultas se recuperen a sí mismas, se adapten mejor o puedan seguir su camino si así lo deciden. En el caso de los niños, niñas y adolescentes se traduce en la capacidad de poder aportar en su desarrollo fisiológico, lingüístico y socioemocional.

“Lo que me inspira a levantarme todos los días es la certeza de poder contribuir para que el sufrimiento de las personas disminuya. No puedo cambiar su vida de un día para otro, pero sí puedo escucharlas y apoyar con mi trabajo médico. Hacer bien lo que me corresponde”, apunta. El trabajo que realiza Javier tiene un enfoque importante en la relación madre e hijas e hijos con el cariño como un hilo conductor para sanar relaciones rotas por violencia, abandono o tendencias suicidas.   

Al igual que las decenas de personas que atiende, él también es una persona migrante: “para mí migrar implicó desarrollo. La única diferencia entre mis pacientes y yo es que en medio de muchas limitaciones en el ambiente familiar y social tuve la posibilidad de desarrollarme.  De esta posibilidad carecen muchas personas migrantes que atendemos en CAFEMIN”, asegura.
 

Texto y foto: OIM 2021/Laura Cabello

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