Tijuana (México) – En la recepción del albergue “Instituto Madre Asunta”, la madre Albertina María Paoletti nos recibe con una sonrisa oculta que sale a la luz tras quitarse brevemente el cubrebocas. Regresa de la hora de la comida, después de atender a los niños alojados en este albergue. Su calidez se transmite en la mirada mientras comienza a relatar con entusiasmo la razón por la que decidió dedicarse a la migración, en particular, al cuidado de los niños y niñas migrantes.

“Yo llegué a Madre Asunta por la congregación. Pasé seis años en Roma (…) y cuando terminó ese tiempo me pidieron venir aquí. Ellas consultaron si quería estar en República Dominicana, en Costa Rica, o Tijuana (México). Yo expliqué los motivos por los que quería estar aquí: trabajar con los niños y los migrantes. Elegí hacer una nueva experiencia”. 

El 7 de febrero de 2020 la madre llegó a esta casa del migrante. Aquel momento coincidió también con el arribo de la pandemia por COVID-19. Un mes después, el albergue de las Scalabrinianas, como se conoce a la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo, cerró sus puertas, lo que significó una oportunidad para ver las necesidades que hacían falta atender y qué cosas cambiar para transformar la institución ante los desafíos que representaba este encierro. 

“Fui soñando con lo que podía innovar en la institución, adecuar espacios, se iba manteniendo la comunicación con instituciones que habían prometido financiar algún proyecto, pero había que darle continuidad. Empezamos a darle con todo a la renovación de ciertos espacios, hasta que después de que se levantó la cuarentena, empezamos a concretar todos los proyectos”. 

El Instituto Madre Asunta abrió sus puertas hace 27 años, cuando las misioneras Scalabrinianas atendían la parte de enfermería en la Casa del Migrante, espacio donde entonces sólo recibían varones. Sin embargo, cuando empezó la deportación de mujeres y niños, tuvieron la necesidad de acoger a este nuevo segmento de población migrante, por lo que la congregación compró el terreno. Con el paso del tiempo, la construcción y mejora de la infraestructura del albergue ha sido posible gracias a donaciones de organismos internacionales como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)  y la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), instituciones que durante muchos años han colaborado con el albergue. 

El apoyo de OIM no sólo beneficia de manera inmediata a las mujeres alojadas en el albergue, sino que los insumos recibidos en muchas ocasiones sirven para apoyarles a cubrir necesidades básicas tras abandonar el albergue y tener un nuevo lugar para vivir:

“Por ejemplo, los catres se los llevan y tienen un lugar para dormir y cobijarse. Se les ayuda también con despensas y utensilios domésticos. Las donaciones que no se usan son útiles para las mujeres que salen. Ellas se llevan alimento, una despensa al mes, mientras se quedan en Tijuana”, explica la Madre Albertina. 

Para no caer en el asistencialismo, el área de trabajo social de Madre Asunta orienta a las mujeres sobre cómo atender trámites de regularización migratoria, cómo acceder al empleo y a los servicios de salud y cómo integrarse en las dinámicas de la ciudad.  

“El trabajo social [del albergue] ayuda a que [las personas] tengan una mayor calidad de vida. No sólo que dependan de despensas, sino a ayudarles a buscar otros recursos para que vivan mejor”, cuenta la hermana. 

Como muchos otros albergues en Tijuana, Madre Asunta está al límite de su capacidad para recibir personas por la complejidad del contexto migratorio actual. Albertina se cuestiona qué hacer para atender a los casos que llegan a la ciudad, ya sea por desplazamiento interno, por expulsiones bajo Título 42, las caravanas y la comunidad haitiana y, muy recientemente, algunos casos bajo los Protocolos de Protección a Migrantes (MPP).

“Cuando tienes mucha gente, solamente la mantienes en la calle y no es esa la idea. Entonces, tratamos de que toda la población que el albergue pueda tener cama, comida, vestido y material de higiene, pero te falta el espacio. La casa podrá estar llena, pero es necesario atender a todos con dignidad ¿de qué sirve tener tanta gente si no tienes un trato digno?” 

El pasado 7 de diciembre, el albergue recibió el reconocimiento Alfonso García Robles, una distinción con la que, desde 2017, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) busca reconocer las prácticas y acciones de las personas e instituciones que trabajan en favor de los derechos humanos de las personas migrantes.

“Una condecoración como la de la UNAM reconoce al instituto que alberga con calidad a la población migrante. [La institución] se torna más conocida, cuanto más conocida más compromiso hay de enseñar y tratar de sensibilizar a todas las instituciones y la sociedad acerca de las migraciones, permitir que las migraciones se enseñen, no sólo como algo que hacemos en favor de ellos [los migrantes], sino lo que ellos hacen en favor nuestro. … [visibilizar] el valor que la migración tiene para las comunidades.” 

Recientemente, una necesidad del albergue es fortalecer la atención psicosocial, tanto para las personas migrantes alojadas, como para el personal. Por tal razón, Albertina hace un llamado para que las personas que quieran apoyar al albergue puedan hacerlo monetariamente porque, con ello, podrán cubrir el salario de las personas que deban atender la salud mental de quienes están en Madre Asunta. 

SDG 3 - SALUD Y BIENESTAR
SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES