Motozintla (México) – María Elena Aguilar es una mujer migrante hondureña que lleva once años en Chiapas, sur de México. Madre de cinco hijos, a sus 38 años, “La Güera”, como la conocen en Motozintla, vende fruta pelada a la gente en uno de los mercados de la ciudad. Siempre lo hace con una sonrisa, siempre con dignidad.

“Yo me siento en el mercado como que estoy en mi familia, y saludo aquí, allá. Me preguntan ‘¿cómo te va?, ¿cómo estás?’ (…) ”, cuenta “La Güera”, que les responde siempre con una sonrisa.

A ratos radiante con su día a día, por momentos reflexiva, echando de menos algo que tarda tantito en compartir confiesa que es en el puesto de la calle donde mejor se siente.

“No hay cosa más bonita que trabajar lo que a ti te gusta. Y a mí me gusta mi negocio, me gusta mi trabajo. Aunque me vaya mal ese día, que me fue pésimo, pero me voy feliz, es lo que me gusta. Ahí yo siento lo bonito: no estoy en mi tierra, pero me siento bien”, explica.

Estar ahí no implica solo transacción. Hay mucho más, un cariño por algo que se perdió: “Cuando tú eres emigrante no tienes quién te visite en tu casa. Estás ahí y no tocas la puerta y le dices ‘hola, ¿cómo estás?’ Nadie va a llegar. Entonces tú sientes que agarras el amor de tu familia en otras personas”, cuenta.

Un equipo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) la visita para conocer más de mujeres que trabajan en entornos rurales, cuya economía tiene que ver con el campo y sus productos, como es el caso de esta mujer de 38 años.

Con “La Güera” nada es apariencia. Admite que ha veces en México ha sido víctima de discriminación y de humillaciones “solo por la sencilla razón de ser emigrante”, pero ha encontrado el modo de darle la vuelta a esa circunstancia.

“Yo, la verdad, en el mercado me he sentido en casa (…) Soy persona humilde, y me enseñaron mi mamá y mi papá a ser humilde. Y esa humildad, aunque yo tenga poquito, aunque llegue a tener algo en el futuro, voy a tener esa humildad, a enseñarla. Entonces yo creo que eso me caracteriza”, apunta.

Se le pregunta para terminar qué echa de menos, y de nuevo abre su corazón: “Son muchos años. Ya son veinte fuera de mi tierra. Entonces se echa de menos tu mamá (…), te pierdes momentos que qué darías por recuperarlos, pero ya no se puede, ya se pasó. Y así la vivimos”.

“Hay veces en que nosotros, los centroamericanos, nos reímos, echamos desmadre…, pero a veces como sale de esas risas tristeza que cargamos por momentos que perdimos en la vida que no los podemos recuperar”, sentencia María Elena.

#MujeresRurales, #mujeresconderechos

Vídeominuto sobre María Elena Aguilar.

 

Texto: Alberto Cabezas

Fotografías: Alejandro Cartagena

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